BRUJAS
DE ZUGARRAMURDI
Es el
nombre con el que se conoce el caso más famoso de la historia de
brujería Española. El foco de brujería se encontró en la
localidad del Pirineo Navarro de Zugarramurdi y el proceso fue
llevado por el tribunal de la Inquisición Española de
Logroño. En el auto de fe dieciocho mujeres fueron
reconciliadas porque confesaron sus culpas y apelaron misericordia al
tribunal, pero las seis que se resistieron fueron quemadas vivas y
cinco en efigie porque ya habían muerto.
A
principios del siglo XVII, Zugarramurdi era una pequeña
aldea de la montaña navarra colindante con el país de Labort
en el país vasco francés. Tenía unos doscientos habitantes
dedicados al campo. Su parroquia dependía del monasterio
premonstratense de Urdax.
A
finales de 1608 volvió al pueblo para trabajar de criada una
mujer de 20 años, que había emigrado con sus padres a una población
costera de Labort. Allí oyó historias de brujas y se cree
que se hizo una de ellas. En Zugarramurdi empezó a contar sus
experiencias y que había visto en un aquelarre a María de
Jureteguía, una vecina del pueblo. Está lo negó al principio
pero cuando todo el pueblo se puso en su contra esta se derrumbo y
condesó que desde niña era bruja y que su tía María Chipía
de Barrenetxea fue quien la enseño.
Después,
perseguida por las brujas que querían que volviera a los aquelarres,
dio más nombres de brujas y sus casas fueron asediadas. Finalmente,
todos ellos, siete mujeres y tres hombres, acabaron haciendo una
confesión pública ante la iglesia. Sin embargo, tras arrepentirse
los vecinos los perdonaron.
Lo que
estaba pasando en Zugarramurdi llegó a oídos del tribunal de
la Inquisición de Logroño, que envió en enero de 1609
a un comisario para informar. Estos ordenaron la detención de cuatro
de las brujas que habían confesado. Fueron encarceladas y contando
con un intérprete las sometieron a un duro interrogatorio hasta que
confesaron. Enviaron una carta al Consejo de la Suprema
Inquisición en Madrid de lo que habían descubierto y de
la forma en que debían actuar. La Suprema ordenó a los
inquisidores que se cercioraran de que lo que decían era verdad,
pero ellos estaban tan estupefactos con lo que las mujeres les habían
contado que no prestaron atención de lo que el carcelero había
oído. Esté escucho a las mujeres diciendo que se iban a acusar
brujas porque creían que así saldrían antes de prisión.
Algunos
habitantes de Zugarramurdi fueron a los inquisidores a
decirles que no era verdad que fueran brujos y brujas si no que
habían confesado eso porque les apretaron y amenazaron mucho. Los
inquisidores pensaron que la proclamación de inocencia de los
acusados era un truco de sus parientes o del demonio que quería
librarlas del castigo.
Tras
cinco meses de reiterados interrogatorios fueron consiguiendo que
confesaran y delataran a otros brujos y brujas que a la vez
proporcionaron listas de niños y niñas de menos de catorce años
que participaban en los aquelarres. Uno de los inquisidores partió
en agosto de 1609 con la información al norte de Navarra
y desde allí fue enviando a Logró a los supuestos cómplices
de los brujos y brujas. El inquisidor, Juan Valle, paso varios
meses en Zugarramurdi y recogió muchas denuncias, las cuales
inculpaban hasta a 300 personas de brujería. De estas fueran presas
y llevadas a Logroño cuarenta.
Valle
se dirigió en primer lugar al monasterio de Urdax ,donde el
abad le confirmó que la zona estaba infectada de brujas, también se
fue a otras zonas del norte investigando brujería y al visitar al
obispo de Pamplona llegó a la conclusión contraria al
inquisidor de Logroño.
Él
creía que nunca había habido sectas de brujas hasta que llegaron
las noticias de Francia, muchos de los vecinos pasaban la
frontera para presenciar la quema de brujas de Labourd, donde
oían las acusaciones y aprendían de lo que se decía en ellas y de
los aquelarres.
Supuestamente
el “prado del Cabrón” era donde se reunían los brujos de
Zugarramurdi, esté se situaba al lado de una cueva
subterránea de grandes proporciones, una verdadera catedral para un
culto satánico o pagano, que está cruzado por el río del Infierno
y que tiene una parte donde es tradición creer que solía estar el
trono del Diablo.
En
junio de 1610 los inquisidores del tribunal de Logroño
acordaron la sentencia de culpabilidad de veintinueve de los
acusados. Sin embargo el Inquisidor Alonso de Salazar
votó en contra de la condena de la hoguera de María de Arburu
por falta de pruebas y más tarde dudó también de la
culpabilidad del resto.
El
domingo 7 de noviembre de 1610 se había congregado una gran
multitud de gente en Logroño para asistir al auto de fe.
Después de plantar la Santa Cruz verde aparecieron 21
penitentes con un circulo en la mano y seis de ellos con una soga en
la garganta para indicar que habían de ser azotados y el resto con
sambenitos y grandes corazas con aspas y velas que indicaban que eran
reconciliados. A continuación, aparecieron cinco personas portando
estatuas de difuntos con sambenitos acompañadas de cinco ataúdes
que contenían huesos de supuestos brujos y brujas. Seguidamente,
aparecieron cuatro mujeres y dos hombres también con los sambenitos,
que iban a ser entregados al brazo secular para que fueran quemados
vivos porque se habían negado a admitir que eran brujas. Cerraban el
cortejo cuatro sectarios de la Inquisición a caballo acompañados de
un burro que portaba un cofre guarnecido de terciopelo donde se
hallaban la sentencia y los tres inquisidores del tribunal de
Logroño.
Una vez
aposentados delante de los acusados, un inquisidor predicó el sermón
y a continuación empezó con la lectura de las sentencias. Esta duró
tanto que tuvo que alargarse al lunes 8 de noviembre. La
sentencia dictaba que dieciocho personas fueron reconciliadas porque
confesaron sus culpas y apelaron a la misericordia. Las seis que se
resistieron fueron quemadas vivas y las otras cinco fueron quemadas
en efigie porque ya habían muerto.
Debido a
la dureza de las penas que se aplicaron, el de las brujas de
Zugarramurdi se convirtió en el proceso más grave de la
Inquisición Española contra la brujería.
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